APUS DE MI TIERRA - RELATO I: LOS RARAMURIS, LOS DE PIES LIGEROS.

LA SIERRA TARAHUMARA.

PARTE I. LOS RARAMURIS, LOS DE PIES LIGEROS.


Hace 16 años (2006) viví aquí…

 
 

La casita de noches largas en la sabiduría de la soledad. Comunidad la Gavilana.

En la Majestuosa y Misteriosa Sierra Tarahumara.

 
 

La hermosa Sierra, hermosa y ominosa.

En el ofrecimiento de Yúmari, en contexto ceremonial con la presencia de Owiruames (Hombres Medicina locales).

En mi corazón guardo las experiencias y a los Rarámuris que descubrí y traté. Hombres y mujeres cuyos rostros son las líneas toscas y las gentiles sombras de las montañas y barrancas donde habitan; su piel es dorada por el sol, en sus sonrisas lucen sus sólidas dentaduras con muecas misteriosas acompañadas de miradas profundas.

El silencio forma parte del entorno al igual que la personalidad de su etnia. Sus diálogos son pausados y las respuestas toman su tiempo en ofrendarlas, si es que surgen. En sus cuerpos hay fuerza, son magros, altos y proporcionados. La planta de sus pies poseen un arco pronunciado que sumado a su condición física legendaria son insuperables corredores en la montaña. Su fisionomía es de una estética que rememora los orígenes antropológicos de los antiguos y verlos es presenciar las raíces vivas de nuestro origen han resistido con orgullo y humildad en una mezcla de tierra y sangre.

 
 
 

Pero aquellos raramurís aislados, los más lejanos y escondidos de la sociedad, los que no hablan español (“castellano”, como decían) su carácter y corazón es diferente. Su estilo de vida está en comunión con la naturaleza, así su mirada y trato es más sobrio y templado, denotan una fuerza forjada por incontables generaciones, organizados en una jerarquía tradicional y una cosmovisión compleja e indescifrable para el lego.

Por mencionar sobre su cosmovisión, al creador le llaman: “Onorúame” que significa “Padre y Madre”. Así desde su lenguaje está intrínseco una visión dualista de la realidad. Además, existen personas entre ellos denominados “Owiruames” que significa: “los que están en contacto con el Onorúame”. Éstos hombres–sabios–medicina son los depositarios y sostenedores de linaje y del conocimiento ancestral de la tribu. Con su existencia los la historia de su origen, la memoria de los peregrinajes de sus ascendientes, el misterio de la técnica medicinal, las habilidades "mágicas", la manera de realizar sus rituales, el conocimiento del orden cósmico, así como relatos, anécdotas y enseñanzas sigue vivo a manera de secreto entre ellos.

Los Owiruames son más que meros sacerdotes o shamanes; son curanderos, guías y mediadores entre el mundo de los vivos y un mundo espiritual. El proceso para su realización es un misterio reservado y su presencia rememora a los antiguos “anacoretas” o los míticos “yogis” que vivían en las cuevas, ya que al igual que ellos, permanecen aislados del resto de la comunidad. Su dieta comprende un saber de plantas y rezos, y además poseen el dominio de habilidades como el leer huellas, hablar con animales y el arte de soñar, necesario para el diagnóstico de enfermos y la comunicación con los Espíritus, entre otros.

 

Owiruame. Hombre Medicina que está en contacto con el Onoruame, el Padre-Madre.

 
 

En lo que quizás fue el día más especial de toda mi estadía en la Sierra Tarahumara, el día donde sucedieron varios eventos muy peculiares, fue la primera vez que me encontré con un auténtico Owiruame (Leer Relato II. El llamado de la Montaña). Este fue el primer encuentro de varios. La impresión que me dejó al mirarlo, o más bien contemplarlo, es de un personaje magnético, con un aura de misterio que a su llegada se anuncia así mismo por el silencio y respeto que infunde a los presentes, su caminar y porte era elegante y humilde al mismo tiempo, su trato era gentil y amable pero a la vez severo y fuerte, rasgos que solo pueden tener aquellos que saben.

 
 

El estilo de vida de los rarámuris más aislados no sólo está impregnado e influenciado por la naturaleza que les rodea, sino también en su manera de percibir el mundo aprendido por los estímulos del medio ambiente y por la tradición oral.

Su vida está organizada de acuerdo a los ritmos naturales, además conocen muy bien, por experiencia directa y habitual la necesidad de mantener un equilibrio en el orden cósmico; por lo que el conocimiento de la impermanencia de los fenómenos, la vida y muerte, la importancia de compartir y de aceptar es parte de su identidad cultural y necesaria para su supervivencia. Así estos hombres y mujeres son herederos de una raza de acérrimos guerreros que han aprendido a ser astutos para lidiar con las bruscas inclemencias del medio ambiente, saben como soportar el hambre y el frío; y tienen una resistencia para sortear con desplazamientos y las múltiples tentativas de conquista y colonización, incluso en sus maneras más sofisticadas de hoy en día.

 

Un estilo de vida sencillo y en total unión con la naturaleza.

 

La vida comunitaria está tejida con una armonía de orden cósmico. De esto dan cuenta diversos antropólogos y los "informantes culturales" que trabajaban con la diócesis; ya que conocer su cosmovisión es aprender a contemplar el movimiento de la naturaleza, y para lograrlo se requiere de un entendimiento que sólo se obtiene con un cambio de percepción: un mirar con sus propios ojos y sentir con su corazón para desentrañar los secretos de la naturaleza que respiran.

Los Owiruames conocen este lenguaje y por tanto están atentos a los designios sutiles pero reales del entorno con la intención de conservar un equilibrio que mantenga la salud y bienestar de las personas, animales, sembradíos y en sí, de todo el ecosistema.

 
 

Al respecto hay relatos que los “informantes culturales” nos compartían a nosotros los “extranjeros” en las reuniones que se realizaban de tiempo en tiempo. Compartían que hay momentos especiales cuando los "Espíritus de la Naturaleza" o "Señores de las Montañas" (que bien son los Apus) se manifestaban en diversas formas a algún rarámuri para pedirle de comer: “Tengo hambre” -era su palabra-.

Si las manifestaciones eran humanas, relatan que eran hombres o mujeres “indios” vestidos con un porte y blancura única; su petición, más que solicitud, es un mandato que obliga una ofrenda y sacrificio cuyo incumplimiento tiene consecuencias difíciles de reparar. En este sentido decían que si la persona o niño que recibía el mandato era incapaz de interpretarlo o ejecutarlo enfermaba o eventualmente moría. Las razones de estas peticiones parecen indescifrables para el ajeno pero evidentes para el “Owiruame”, que como poseedor del lenguaje y el conocimiento natural descifra que hay un desbalance y con base a su experiencia decide que actividad o ritual ejecutar para sanar el desequilibrio.

Por tanto, la vida de comunitaria está involucrada desde sus entrañas en tradiciones y actividades ritualistas que fomentan una cohesión de identidad. Un ejemplo de ello es la organización de carreras de “bola” o “ariweta”; que más que un entretenimiento es una intención de crear balances o puentes entre los habitantes, comunidades y hasta para solucionar diferencias. Presenciar estas carreras es un evento asombroso por la demostración de un impresionante y casi inverosímil condición física tanto de hombres y mujeres por igual (es bien sabido de grandes corredores rarámuris que han ganado maratones y ultra maratones -de 160 km- vestidos con sus zapetas y huaraches de hilo de cuero).

Incluso la organización de trabajos como el inicio y conclusión de una construcción, arreglos de caminos o cosechar los frutos, es parte de un contexto ritual-comunitario que ameritaba un “Batari”; o en ocasiones especiales un “Yúmari” con un sacrificio ceremonial.

 

Preparando el Batari

Recuerdo cuando llegó el momento de la cosecha nos invitaron a integrarnos a sus faenas de trabajo que organizaban para en grupo terminarla más rápido y con menos esfuerzo (cabe aclarar que su invitación era de cortesía, ya que al menos yo, carecía tanto de la técnica y condición física requerida). Así, acordaban los días que le tocaría a cada parcela trabajar en grupo, y a cambio el dueño o beneficiario “pagaba” con un “Batari”.

El Batari es un ritual “menor” en el que se bebe el “Tesgüino” (bebida fermentada de maíz cuyo proceso es un arte tradicional que elaboran las mujeres, y son ellas las responsables de fermentar dicha bebida). El Tesgüino es bebida y es alimento a la vez. Como era siempre, el primero que bebía y comía era la Naturaleza y se ofrendaba el Tesgüino al Cielo, la Tierra y las Cuatro direcciones.

Una vez hecho el ofrecimiento todos estábamos en círculo y en medio el guaje, o mejor dicho los guajes, listos para servir. Y así cada quien iba pasando al centro a tomar la jícara de la que todos bebíamos. El tema de las jícaras era un volado ya que a veces era de un tamaño razonable (pequeñas para ellos) pero otras eran de tamaño jumbo, pero realmente “gigante” del que beber una porción era una proeza. Así la tarde se iba bebiendo Tesgüino, hasta sentir una “alegría” ligera y una sensación de satisfacción; misma que se percibía en el ambiente.

En los Bataris los reunidos se tornaban felices, y se veían bromistas, se oían muchas risas. De pronto se volvían muy abiertos, se acercaban, me platicaban cosas y me llevaban hasta sus casas para presentarme a sus familias y me compartían alimento; en todo momento éramos conscientes y sin entender ninguna palabra, manteníamos un intercambio de comunicación y bromas, momentos muy memorables.

Si el Tesgüino se acababa rápido era de mal gusto y hasta reclamaban, pero en cambio a veces había Tesgüino para hartos días. Sin importar si dormían o no, al día siguiente una vez más, estaban listos para continuar la labor de trabajo donde tocará.

 

También existía el “Tesgüino Pirata” que era elaborado de una manera no tradicional, cuyo proceso de fermentación era con levadura de pan marca “Lesafre” (lo recuerdo bien ya que como abogado vi una una fusión de esa compañía francesa). Este Tesgüino Pirata sucedia lo contrario con el Tesgüino tradicional, ya que tornaba mala copa y hasta agresivos a los que lo tomaban (se veían peleas serias y violentas), mareaba mucho, daba cruda y además existía el riesgo latente de beber un Tesgüino Pirata mal preparado cuya fermentación provocará que se “reventará la tripa”.

Por otro lado, tuve la oportunidad de ser parte de algunas de las que serían las celebraciones mayores: los “Yumaris”. Este era el contexto donde se expresaba la plenitud y belleza de su identidad y pertenencia tribal. Estas celebraciones son plagadas de símbolos, rituales, rezos, cánticos, sacrificios, danzas y comida, mucha comida. Aquí participan todos. Al decir todos se incluyen también seres no físicos, invitados que no poseen cuerpo. Así los primeros destinatarios de la celebración son los “Espíritus” o “Deidades locales” y los “Ancestros”. Para ellos es el ritual, y a ellos se complace. Pero para lograrlo se requiere que todos los demás invitados: niños, jóvenes, hombres, mujeres, ancianos, sabios se unan a la danza cósmica de celebración y también se complazcan.

Estas celebraciones pueden durar días completos en los que predominan danzas tradicionales con la presencia de uno o varios Owiruames. Ellos en su función de guías y mediadores son quienes marcan el ritmo de la danza a través de sus cánticos (al puro estilo de ícaros) y con la música que hacen con sus pies y sonajas.

En determinados momentos del Yúmari se desarrollan completos rituales y ofrendas mismas que dirigen los Owiruames y ancianos; aquí se sacrifican con rezos y rituales a jóvenes y sanos animales para que todos, tanto la Tierra, como los seres invisibles y los invitados beban su sangre y coman su carne. La sangre literalmente se bebe, y de la carne se encargan las mujeres de cocinarla para que todos se sacien. Nadie debe quedar con hambre, y en esa danza la felicidad está encendida al calor de varias hogueras que iluminan las noches, para cuando el cuerpo ya no aguante caer dormidos y descansar un poco para volver a levantarse a continuar la celebración.

 

Yumari Ceremonial. Donde todos participan y así toman conciencia del transito eterno, vida-muerte; dar-tomar.


 

Conociendo un México desconocido, un mundo antiguo y vivo (2006).

 

A la Tarahumara llegué en lo que fue el albor de un camino de búsqueda. En ese entonces era otro; no comprendía el lenguaje oculto de la naturaleza. Estaba alienado por un adoctrinamiento religioso y una rigidez académica estricta (era abogado corporativo en Santa Fe y tenía unos meses de haberme graduado de un posgrado en la Escuela Libre de Derecho de la Ciudad de México).

Llegué a la Sierra como un destino al que fui enviado en el inicio de la formación como Jesuita. Para llegar ahí tuve que renunciar a todo lo que me era conocido: casa, familia, carrera, relaciones y bienes; o al menos eso creía, ya que la Sierra, como una via de purificación, me mostró lo que faltaba por renunciar para emprender la auténtica búsqueda.

Asi, el encuentro con la Sierra fue un relámpago que causó un incendio en mi cuerpo y mente. Me quebró. Su encuentro me transformó. Ahí, en noches de soledad y enfermedad viví mi muerte privada y silenciosa de la que dejó sutiles fisuras que más adelante maduraron en cambios de percepción y pensamiento.

La Sierra fue el detonante, mi primer Gran Maestra; y los Raramuris, mis Maestros y Hermanos que a menudo, muy a menudo, ellos y sus Espíritus me acompañan en mis cánticos.

 

En la Soledad de la Sierra Tarahumara

 
 
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APUS DE MI TIERRA - RELATO II: EL LLAMADO DE LA MONTAÑA.