APUS DE MI TIERRA - RELATO II: EL LLAMADO DE LA MONTAÑA.

LA SIERRA TARAHUMARA.

PARTE II. EL LLAMADO DE LA MONTAÑA.

 

La Sierra, que está viva. Late. Habla.

 

Un encuentro con un mundo vivo de Misterio, Ritualidad, Muerte y Vida.

 
 

En un Yumari de emergencia, con la presencia de un Owiruame y la comunidad para alimentar a la Montaña ante el sismo.

Aquí relataré un evento, que marcó mi primer encuentro con un mundo de misterio y de una tradición viva.

Era una mañana ordinaria de Noviembre del año 2006 en la comunidad de la Gavilana (Rawiwarachi) en el corazón de la Sierra Tarahumara, un paraje que para llegar se requerían unas tres horas en camioneta y luego seis horas caminando entre escarpados, barrancas, bosques y montañas. Ya llevaba 5 meses en la Sierra y cada día era más difícil. Se acumulaba el cansancio físico, pero también el desgaste psicológico del aislamiento.

Mi único contacto con el mundo exterior era un radio de onda corta que sintonizaba una estación del Norte de México que por las noches transmitía un programa de nombre “La Poderosa” con una tal Carmen. Disfrutaba su voz femenina y especialmente cuando leía cartas de hombres y mujeres que relataban su experiencia de migrantes, de presos, de quienes están lejos de casa, de amores y desamores, de nostalgias y deseos, de arrepentimientos y de esperanzas.

En esos días estábamos en la parte final de la construcción de una casita que sería nuestro “hogar”, un lugar que los Rarámuris le llamaban: “Chabochi Casita” es decir “Casita del Mestizo”. Recuerdo que estábamos colocando el techo y unas cortinas de color amarillo, este último les causaba gracia que pusiéramos unas telas en las ventanas (que no eran de vidrio, sino de pvc) así que también le llamaron las “Chabochi Cortinas” y las “Chabochi ventanas”.

 
 

Una mañana, como cualquiera otra, después que nos preparamos mi compañero y yo el desayuno, esperábamos que llegaran los Rarámuris que nos apoyaban. En esa parte de la sierra los horarios se determinaban según el sol o al saber y entender de ellos, ya que no había relojes. Así que esperábamos.

Para cuando llegaron preparamos café. Comenzamos a bromear si querían galletas, que por supuesto no había pues no cargábamos ese tipo de lujos. Y en la broma y riendo, de pronto todos los Tarahumaras se pusieron de pie, miraron el cielo y las montañas, lo que me alertó igual y me puse de pie. Percibimos que animales comenzaban a aullar, los pájaros volaban graznando y trisando, los perros ladraban y los insectos grillaban y estridulaban. En mi espalda teníamos una montaña de donde provino un fuerte sonido. Escuchamos un crujido como si dentro de la montaña hubieran partido una galleta o un muro. Todos volteamos de inmediato a mirar la montaña. Y una vez más la montaña resonó su crujido con más fuerza y en ese instante tembló.

El sismo duró lo que podría ser un minuto pero que pareció una eternidad. Todos estábamos en silencio. Ya no se escuchaba ningún animal y nuestros rostros reflejaban asombro y expectativa al ser testigos de un extraño y ominoso fenómeno de la naturaleza.

De pronto mujeres a lo lejos, de montaña a montaña comenzaban a hablar en rarámuri, y otra voz a lo lejos contestaba. Y así se escucharon muchas voces. Un rarámuri junto a mi igual comenzó a gritar con fuerza, mientras que otro le contestaba desde otro punto de la montaña. Y así en un instante todos los tarahumaras desaparecieron, ya no había nadie más que mi compañero y yo. Nos miramos y reímos confundidos, diciendo: “Bueno ya se acabó el día de trabajo.”

 
 

Ese momento no sólo fue sentir el sismo. Sino sentir la fuerza de la naturaleza. La fuerza de la tierra que quiebra con su movimiento lo que parece más sólido. Al tener estas sensaciones reflexionaba que en la naturaleza hay otro lenguaje, que requiere otro sentido para comprender lo que dice y cuando lo dice.

Aquí no hay celulares, no hay internet, no hay mensajes de sms ni Hi5 (aún no existía Whats App ni Facebook Messenger) pero si estaba en una parte del planeta de un mundo que desconocía y está vivo, con su misterio, su belleza y su peligro.

La mañana transcurrió mirando lo que hacían los tarahumaras. De pronto llegó nuestro amigo raramuri Santiago y nos dijo que teníamos que salir de la Chabochi Casita ya que el sismo había sacado muchas víboras, y teníamos que buscar. Efectivamente el sismo sacó muchos animales y nosotros encontramos muchos ratones quien Santiago los tomó con su enorme mano y los crujió como si fueran chocolatitos de conejito en su mano.  Continuó buscando y al mirar a unos 10 metros donde pasaba el arroyo, apareció una familia de víboras de cascabel. Con un palo grande fue tomando una a una y los llevaron a una barranca. No mataron las víboras, pues la respetan, simplemente la movieron a otro lugar.

 
 

Así en la casita a medio construir, sólo meditaba en lo que pasaba. Extrañaba mi familia, extrañaba la vida de ciudad, me preguntaba que estará pasando en el mundo. Me preguntaba si tembló también en mi casa, o lo que era mi casa. De pronto una niña apuntaba el cielo y me decía “un avión. Yo pensé, en mi hastió “no creo que por aquí pase un avión”. Y si efectivamente, a lo lejos en un puntito había un avión, que me conectó con el mundo del que antes conocía pero ahora me era desconocido.

Al llegar la noche y ya a punto de ir a dormir, pues sentía que ya era muy noche (eran tipo 7 pm) llegó otra vez nuestro amigo Santiago,  quien era nuestro enlace con la comunidad y también era un Hombre Medicina, pero no al grado de un Owiruame y nos dijo: “Hermanos, hemos hablado, y hemos visto que la Montaña ha hecho un pedido. Tienen que venir a este Yúmari (celebración de sacrificio ceremonial) Pues hemos hablado, y la montaña ha pedido un sacrificio y comida. Así que daremos un animal joven y sano”.

El tono tan serio y profundo percibí que se trataba de algo inusual y significativo.  Efectivamente, al acércanos a su casa había un Becerro joven, macho y maduro, uno valioso que ya estaba amarrado. Sólo nos estaban esperando sentados en círculo pocas personas, unas 15 cuanto mucho, en medio de un fuego.

De pronto llegó el Owiruame, el anciano Hombre Medicina, el que está en contacto con el “Onoruame” (el que es Padre-Madre). Llegó con su sonaja y su portentoso silencio. Cuando llega la palabra cesa, se abre otro espacio donde reina la ritualidad y el silencio es su lenguaje. Sólo con la mirada dio instrucciones. Comenzó a cantar y danzar frente al Becerro. Santiago sacó un cuchillo largo, un cuchillo que es usado para todo pero con mucho filo, mientras que hacía unos movimientos y lo tocaba con su frente, se lo paso a mi amigo Jesuita quien también lo tocó en su frente. Luego me lo dieron a mí, quien también lo toqué en la frente, y así todos los presentes. Al final lo volvió a tomar Santiago y con unas palabras y el canto del Onoruame, la mirada del becerro que era tranquilo pero sabía lo que pasaba, le sacaban su sangre y el brillo de sus ojos.

 

Colectando y ofrendando la Sangre del Yumari.

 

La sangre fue colectada en tres cubetas. Luego Santiago y su hijo procedieron a despellejar de una manera rápida y eficaz la piel del animal. Acto seguido fueron tomando uno a uno los órganos del animal sacrificado. Cada órgano lo observaban, lo palpaban, como buscando algo y lo ponían en diferentes recipientes. Al hígado lo revisaban igual que el intestino para buscar piedras de poder. Los sesos los ponían en un cráneo de animal que llevaba el Owiruame, junto con otros pedazos de órganos que revolvía con huesos y piel.

 

Despellejando la Ofrenda.

 

Tomé asiento en el círculo junto al fuego, mientas el Owiruame seguía cantando, y con unas plumas consagraba cada órgano, tomaba la sangre, la probaba y la escupía al suelo, a los vientos, al cielo. Para luego dar un sorbo grande de esa bebida consagrada. Así hizo con cada cubeta, misma que comenzaron a circular entre los presentes quienes todos daban sorbos grandes como si se tratará de agua, que al dejarla en el piso, las camisas aparecían manchadas por los restos de la sangre escurría de la boca y se limpiaban con la muñeca.

Al tener la cubeta en mis manos se me quedaban mirando. Quizás sabían que era la primera vez que veía esto, o quizás hacía notar que era la primera vez que tenía sangre de un animal en mis manos. No importa, me dije. Esto es comunidad. Esto es algo que no entiendo, pero es parte de un ritual y comunión. Esto es un sacramento. Tomé la cubeta y si le di un sorbo de sangre, luego otro, y luego otro. Al despegar la cubeta de mi boca hice la misma exclamación que todos hacían, pero en realidad era una expresión que salía desde las entrañas: un “ahhhhhh” y me limpiaba la sangre con mi muñeca y mi camisa, sin importar que se manchara.

Al beber sentí que mi propia sangre se calentó, sentí fuerza y sentí vida. Todos bebían. Y comenzaban a platicar, a reír, a cantar. El Owiruame, seguía haciendo rituales con los órganos que los pusieron en un cántaro de barro, y cuando juntaron las vísceras, se lo dieron a dos jóvenes corredores, quienes tomaron el cántaro y se echaron a correr para llevar el mismo a la montaña donde crujió y enterrarlo de acuerdo a las instrucciones que ya sabían.

Las mujeres y niños también bebieron, y luego se dispusieron a preparar la carne en agua y verdura, como es su tradición, a fuego lento que dura toda la noche la cocción.

Y ahí contemplaba con fascinación y con misterio, un ritual de vida. Un ritual que une los espíritus locales con la vida ordinaria de la comunidad. Un ritual donde todos comían y bebían, los hombres y los espíritus. Donde todos hablaban y se expresaban. Donde así en la fiesta se crea un equilibrio y se hace armonía. Había bebido de un sacramento de vida, que parecía totalmente puro, donde los únicos extraños éramos nosotros dos jesuitas, en una ceremonia espontanea, simple pero llena de pureza, humildad, poder y sacralidad.

 
 

Y al final ¿qué bebi? fue sangre, pensaba. Pero que acaso ¿no se hace lo mismo cuando se come el cuerpo y la sangre en una misa?

En realidad, lo que bebí fue mi primer contacto con el ritual antiguo y vivo. Sin saberlo, viví lo que fuera mi primer ritual de tantra.

Fui testigo desde el surgimiento del presagio, hasta el modo de equilibrar las fuerzas y energías vivas y secretas, que sustentan y dan el ritmo de la vida y muerte a los elementos de las montañas y valles y sus protectores.

 

Gracias Montañas Sagradas con sus Sabios.

 
 
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APUS DE MI TIERRA - RELATO I: LOS RARAMURIS, LOS DE PIES LIGEROS.